Todas las noches oímos la misma historia: la bolsa está en auge, se baten récords y los inversores se suben a la ola. Se nos hace creer que cuando el mercado bursátil se dispara, también lo hace la economía, y que la prosperidad está a sólo un Dow al alza. Es un relato reconfortante que ha prevalecido durante casi 40 años en Estados Unidos. Pero bajo los titulares de los índices al alza se esconde una realidad diferente, en la que los fundamentos económicos y los movimientos bursátiles están cada vez más desconectados.
La tasa de crecimiento de la economía estadounidense, medida por los bienes y servicios comprados y vendidos, ya no es lo que era. Los salarios se han estancado y el patrimonio neto de la familia estadounidense media sigue luchando por recuperarse de los reveses de la Gran Recesión. Entonces, ¿qué mide exactamente el mercado bursátil si no la economía subyacente?
El mercado bursátil se presenta a menudo como el barómetro de la salud económica, pero en realidad es más un indicador del sentimiento de los inversores y de las expectativas futuras que de la prosperidad actual. Es un mecanismo en el que las acciones de las empresas se negocian en función de lo que la gente cree que valdrán en el futuro. Los precios de las acciones no se rigen únicamente por el valor intrínseco de una empresa, sino que están determinados por las opiniones predominantes de los inversores. Por eso el precio de las acciones de una empresa puede dispararse por la publicidad o desplomarse por los escándalos.
Breve historia de los mercados de valores
Una breve historia de los mercados bursátiles nos muestra que la negociación ha evolucionado desde un botonero en Wall Street en 1792 hasta la actual negociación digital de alta velocidad en las bolsas de todo el mundo. La Bolsa de Nueva York (NYSE) y el NASDAQ son los centros neurálgicos de este sistema mundial. La NYSE acoge a grandes gigantes industriales como IBM, mientras que el NASDAQ se ha convertido en sinónimo de innovadores tecnológicos como Apple y Google. El auge de índices como el S&P 500 y el Dow Jones Industrial Average ha simplificado el seguimiento bursátil, ya que estos indicadores representan el rendimiento de las mayores empresas de Estados Unidos.
Sin embargo, a pesar del crecimiento de los índices bursátiles, nos enfrentamos a la paradoja del aumento de la desigualdad. Los beneficios de un mercado en auge no han llegado a tanta gente como cabría pensar. De hecho, el porcentaje de estadounidenses que invierten en bolsa ha ido disminuyendo, especialmente entre la clase media. Mientras tanto, la disparidad entre la remuneración de los directivos y los salarios medios de los trabajadores se ha disparado, lo que refleja un sistema que premia los beneficios a corto plazo y el rendimiento de los inversores por encima de la salud económica a largo plazo.
A finales del siglo XX, el mercado de valores se convirtió en sinónimo de prosperidad estadounidense. Las empresas públicas, que en su día ayudaron a construir la clase media estadounidense, empezaron a dar prioridad a los beneficios de los accionistas por encima de todo lo demás. Este cambio, influido en gran medida por el famoso ensayo de 1970 del economista Milton Friedman, sostenía que la única responsabilidad de una empresa era maximizar los beneficios para sus accionistas. ¿Cuál fue el resultado? Estrategias empresariales cada vez más orientadas a aumentar el precio de las acciones a corto plazo, a menudo a expensas del crecimiento sostenible y el bienestar de los trabajadores.
Recompra de acciones
De 2007 a 2016, las empresas del S&P 500 destinaron más de la mitad de sus beneficios a recomprar acciones, con lo que impulsaron artificialmente los precios de las acciones. Un 39% adicional se distribuyó en forma de dividendos, dejando unos recursos mínimos para aumentos salariales, investigación y desarrollo, o esfuerzos de expansión que podrían fortalecer la economía a largo plazo. Aunque esta práctica enriquece a los inversores e infla la remuneración de los ejecutivos, también puede debilitar a las empresas y perjudicar el crecimiento económico en general.
En la búsqueda de mayores beneficios, las empresas estadounidenses han adoptado medidas de reducción de costes, como despidos, cierres de fábricas y supresión de salarios. Estas estrategias pueden ser buenas para los beneficios a corto plazo y los precios de las acciones, pero tienen un alto coste para las comunidades y los trabajadores. El cierre de la fábrica de Wausau Paper Company en Brokaw, Wisconsin, es un claro ejemplo: la exigencia de beneficios inmediatos por parte de un fondo de cobertura provocó el cierre del mayor empleador de la ciudad, devastando su economía local.
La actual dinámica bursátil no sólo determina el comportamiento de las empresas, sino que también influye en tendencias sociales más amplias. A medida que los inversores presionan para obtener mayores beneficios, las empresas responden con decisiones que priorizan los intereses de los accionistas sobre las necesidades de las partes interesadas, alimentando la desigualdad económica. Esto plantea la pregunta: ¿Cómo podemos reajustar los incentivos del mercado de valores para promover la prosperidad compartida?
La reforma del mercado de valores empieza por replantearse el papel de los accionistas.
Los accionistas pueden, y deben, utilizar su influencia para abogar por prácticas empresariales responsables que tengan en cuenta los intereses de los empleados, los clientes, las comunidades y el medio ambiente. Las estrategias de inversión a largo plazo pueden crear valor sostenible, fomentando la innovación y el crecimiento en beneficio de todos, y no sólo de quienes disponen de medios financieros para negociar con acciones.
El mercado de valores tiene el potencial de ser una fuerza para el bien, incentivando a las empresas a tomar decisiones que impulsen el progreso económico. Ya ha ayudado a las naciones a crear riqueza y ha permitido innovaciones transformadoras. Pero para que el mercado sirva realmente al interés público, debe evolucionar más allá de su fijación en las ganancias a corto plazo y la primacía del accionista.
En última instancia, el camino a seguir consiste en adoptar una visión más amplia de la responsabilidad empresarial, que equilibre la obtención de beneficios con el impacto social. Los inversores deberían defender este cambio, reconociendo que la prosperidad real no se mide únicamente por los máximos del mercado bursátil, sino por la fortaleza y el bienestar de la sociedad que la sustenta. Sólo entonces podremos recuperar la promesa original del mercado de valores como catalizador de oportunidades económicas y éxito compartido.
Si le apasiona la bolsa y quiere empezar a invertir fácil y rápidamente, VISITE NUESTRA PÁGINA WEB